Luis d´Ors
ELOGIO
DEL TEATRO EN LA ESCUELA.E logio
del otro, el entusiasmo, la dificultad y el riesgo (Intervención de Luis
d´Ors en la mesa redonda, sobre el 50º aniversario
del “Auto de Navidad” del Colegio Estudio)
Quiero contarles esta noche algunos
recuerdos personales, mi descubrimiento del teatro cuando niño, surgido en la
escuela.
Quizá a través de estas anécdotas puedan
desprenderse algunas ideas sobre la importancia del teatro en la escuela.
Yo no fui alumno del Estudio, sino del
Decroly, un colegio que rivalizaba con éste por los premios teatrales, (que
casi siempre se llevaba el Estudio).
Yo era un niño melancólico y solitario,
y en mi sensibilidad infantil sufrí lo mío.
Era un colegio con profesores muy
mayores (así al menos los veía yo entonces, parecidos a las geniales
caricaturas que aparecen en “Amarcord” de Fellini); algunos buenos, algunos
malos. El Decroly tenía la virtud de que en sus aulas podías encontrarte desde
el hijo de la portera -que olía a coliflor-; hasta el hijo del empresario
adinerado que olía a “Varon Dandy” –qué importantes los olores en
la infancia-.
Algunos años más tarde, tras mi salida
del colegio, me reconocí en esa frase de Woody Allen: “Todas las mañanas doy
gracias a Dios de no tener que ir al colegio”.
Sin embargo hay algo que debo agradecer
por siempre al Colegio: en el Decroly se hacía teatro. Y se hacía con esmero y
dedicación.
Comencé apuntándome a lo que se llamaba
“la Representación
de Navidad”. En ella pasé de hacer de pastorcillo a los 8 años (“Yo digo,
sin más ruido, / que este zagal que es venido, / es un Ángel singular…”), a
encarnar a San José;¡menuda ilusión! De Virgen contaba con la niña más guapa de
mi clase, de la que estaba secretamente enamorado: (“Esposa y Señora
mía,/gran gozo siente mi alma…”). Después del estirón, hice de Rey Gaspar (“ ¡Dios criador! ¡Cual maravella/ No
sé cual es aquesta estrella…!). Cierto es que no sabía qué significaban
esas palabras, que decíamos de carrerilla con el soniquete marcado por la
profesora, pero las recitábamos con tal sagrado respeto y seriedad, que hoy
puedo asegurar que en aquellos niños que éramos se producía la mágica
transformación a través de la poesía. Percibí que en el teatro se podía hablar
de lo oscuro y lo luminoso, y combatir todo lo que no nos gustaba del mundo por
la fuerza de la poesía.
El teatro me salvó. Así, categóricamente
lo digo.
¿Por qué lo digo?
¿Por qué lo digo?
1. ELOGIO DEL OTRO
No sólo en el colegio me enamoré de un
oficio, al que posteriormente he dedicado mi vida. A través del juego de la
imaginación en que pude vivir otras vidas, el teatro me ayudó a viajar fuera y
también hacia dentro de mí. Un viaje hacia mi propia individualidad interior y
hacia la del otro, y junto a los otros. Esta conciencia de lo que yo era, y lo
que yo no era (la conciencia del otro) me hizo más flexible, tolerante y rico.
Tan importante como el aprendizaje de otra lengua, de hacer excursiones o
practicar deporte… el teatro en la escuela abre ventanas al mundo, para
afirmarlo. Y hacer este viaje en compañía de otros (el teatro. arte colectivo
por excelencia, “el poeta coral”, que dice Maiakovski) me hizo sentir
que pertenecía a este mundo.
Descubrí además el valor del entusiasmo
que mueve montañas.
2. ELOGIO DEL ENTUSIASMO
En el teatro lo pasábamos bomba. Cuando
años después me dediqué ocasionalmente a la enseñanza teatral, intenté no
olvidar nunca la lección de aquellas profesoras apasionadas por el teatro,
resumido en esa máxima de Goethe: “Al estudiante no instruirlo, estimularlo:
él sólo hará la tarea”. Aprendí
algo valioso de mis mejores profesores, tanto para dar clases como para dirigir
teatro: la fuerza que tiene el contagio del placer, la provocación del
entusiasmo. (“Si algo se puede transmitir como profesor, -dice Steiner-, es que estás poseído por lo que
enseñas. Quizá tus alumnos estén en desacuerdo o se burlen o te consideren
loco, pero te escucharán”). Y esta fue otra lección, aprendida de aquellas
mujeres que luchaban incansables para que memorizáramos bien los movimientos,
gestos y palabras, y las repitiéramos atentos en el escenario del salón de
actos escolar.
“¡Qué difícil!”, pensaba entonces.
Y no me faltaba razón. El teatro es de las disciplinas más difíciles porque
engloba muchas otras.
3. ELOGIO DE LA DIFICULTAD
Hacer algo muy difícil aviva la pasión, inculca
en el niño la obligación de ser mejor.
Hoy puedo decir que haber memorizado
tantos textos y gestos provocó que me apropiara de sonidos, giros lingüísticos,
imágenes. El teatro me transformó porque el transmitir oralmente esa tradición
del castellano, me hizo apropiarme del aliento inspirado de los poetas. Porque
para poder decir bien un poema necesitas ir a la fuente, al impulso del que
partió el poeta.
Al igual que la memorización de la mejor
posición en el espacio, el mejor gesto en su tempo-ritmo me hizo ver que podía
progresar en la comunicación de lo relevante.
Por eso, soy de los que piensan que
aunque aprender de memoria moleste mucho, la memorización de la poesía debería
volver a ocupar un papel importante en la vida de los niños, (en especial de
los que viven con carencias sociales, económicas e ideológicas). Y conviene
esforzarse para que nadie nos arrebate lo que nos pertenece, la cultura viva,
la palabra encarnada. Esa literatura, que tanto me gustaba, debía en el teatro
abandonar las páginas del libro para hacerse presente en el cuerpo, para llegar
a ser una forma de respirar, y así traspasar y encarnarse en el espectador.
4. ELOGIO DEL RIESGO
Por último, equilibrar mi tendencia de
niño soñador, y compensarla con acción y riesgo me hizo mucho bien. Dejar de
lado las ideas a favor de la experiencia y ofrecer un flanco abierto a las
críticas del público, me proporcionó la ocasión de aprender a confrontarme con
los otros. Esa heroicidad de “hacer” y “ponerse en peligro” (la vocación de ese
funambulista que es el actor) era necesario para corregir la comodidad
del observador desde la
barrera. Era imprescindible ponerse a prueba, subirse al escenario porque era
la única posibilidad de comunicarme y escapar del aislamiento. Merecía la pena
representar ante otros, aceptar las críticas, soportar los elogios.
*Por eso, por darme la ocasión de jugar
y descubrir el mundo, a
través del
valor del otro, el valor del entusiasmo,
el valor del esfuerzo y el valor del riesgo, el teatro en el colegio me salvó.
*Por eso, ver hoy este Auto de Navidad, (del que mi
memoria guarda melodías de canciones, gestos de bailes y palabras), es para mí
emocionante. Porque, ¿hay una manera mejor de descubrir la cultura viva, averiguar,
con la ayuda de la mejor tradición española, qué significa celebrar